Siempre he odiado, o aprendí a odiar, a la gente mentirosa, la chambroso o la ishpiona; en especial a los que te hacen el mal, lo justifican, y hasta dicen «desearte/esperar lo mejor», cuando en realidad lo contrario se llega a hacer.
El no escuchar o hablar con malicia y sin verdad, dañar y justificar.
No poder leer ni libros, ni datos; exigir lo que no ve o sabe… o hasta libros botar por no saber la importancia de su contenido apreciar, y si uno se lo recita, al no conocerlo, al que lo escribe lo llega a ultrajar y denigrar.
Odio los guineos verdes y amo el potasio y sustancias de los maduros; que mis gritos de infancia, por dolor, no sean en vano, por más que hasta gritara que me cortaran la articulación por no sentir dolor; ahora prefiero la insensibilidad gracias al otro mal, para hasta jodido poder caminar…
Odio a las personas que encierran a la gente sin poder salir o llave tener, que dañan a otros y se llaman gente de bien…
Odio visitas sin saber, en que uno más pierde, que ganancia, por vigilancia y no querer…
Odio a los que le reclaman a otros que hagan lo de otro; o que no valoran el trabajo de uno, por algún error, ninguneando todo…
Odio a quien te ofende, denigra y daña; pero en la jodaria de la chambriada hasta los cuentos de grandes hazañas y denigrantes acciones enmascaradas cuentan para justificar su mal…
Odio hasta a los que al indefenso llegan a golpear, para agradar a otro agresor y justificar el mal y su acción; y después dicen que para que pueda llegar a defender…
Pero si se defiende lo llegan a dañar más y denigrar, cambiando la historia al compás de la mentira que quieren dar.
Odio las miserias trastocadas de bondad o las mentiras inventadas maquilladas cómo la mejor verdad y las peores acciones encubiertas y cambiadas para hacerse llamar «buenos» a sus propios ojos… y a los que logran engañar.